Destinado a albergar, en el más gélido encierro, a reclusos “peligrosos” -algunos un tanto farandulescos, otros locos lindos e injustamente encerrados y varios psicópatas sin arreglo-, el penal de Ushuaia esconde una cantidad increíble de historias entre sus impenetrables muros.
Su construcción comenzó allá por 1884 y los primeros reos que efectivamente habitaron los pabellones pertenecieron a una “selección” un poco arbitraria, ya que eran escogidos por sus habilidades para la construcción. Oh casualidad, pertenecían a los estratos más bajos del entramado social. Más tarde, hacia fines del siglo XIX, en una decisión sumamente adulta, fueron enviados menores de edad sin condena grave, y durante los primeros años de la década del treinta, la cárcel fue hospedaje de numerosos presos políticos. En ese momento, pleno gobierno de facto, ser radical era peligroso (!).
Recién a partir de 1936, cuando la Dirección de Industrias Penales de la Nación se hizo cargo de la superintendencia de la Cárcel de Ushuaia, se creó el –cálense el nombre- “Instituto de Clasificación” que estipuló el envío de penados según su “peligrosidad e inadaptabilidad” al régimen penitenciario tradicional. Lo loco fue que apenas sus primeras piedras fueron establecidas, los alrededores se poblaron de nuevos migrantes, y pronto una ciudad entera vivió y creció a expensas del consumo del presidio. En una extraña convivencia, los guardianes, guardacárceles y empleados vivían en la zona urbana junto a comerciantes y a familiares de los convictos. En 1919, sólo para poner un ejemplo significativo, según testimonio del sacerdote Martín Gusinde, Ushuaia tenía una población de quinientos ciudadanos y quinientos cincuenta penados.
Sin embargo, el penal duró hasta un día peronista. Fue un viernes 21 de marzo de 1947, cuando el General firmó un decreto para cerrar definitivamente la cárcel. Junto con semejante decisión, Juan Domingo otorgó indultos masivos y decidió eliminar el uso de grilletes y el uniforme a rayas para los reclusos del resto del país. Muy progre para la época. ¿Un dato curioso del cierre? El último director del presidio fue Roberto Pettinato. Sí, sí, el padre del ex Sumo y ahora showman televisivo. ¿Otro datito? Por esas vueltas de la vida, el “Tío” Héctor Campora, peronista de la primera hora, había sido recluso político en el fin del mundo. ¡Recorcholis!.
Así las cosas, hoy en día la cárcel es Monumento Nacional y en él funciona una asociación civil: el Museo Marítimo de Ushuaia, la Biblioteca, Hemeroteca y Videoteca “Roberto J. Payró”, y una galería de arte. Lindo para darse una vuelta -un ratito nomás- y conocer las historias que quedaron entre los pabellones. Más que nada la de los personajes que padecieron tamaña forma de exclusión, acaso un retrato de la crueldad de nuestra especie. Pero, ya que estamos, algunas de esas historias te las cuento yo. A continuación, un antojadizo top ten de los huéspedes célebres de “la cárcel del fin del mundo”
- “El ahogado”. José Domínguez nunca llegó a su pabellón. Condenado a veinticinco años de prisión por homicidio, se había jurado mil veces no ir nunca al presidio de Ushuaia. Su temor no sólo se vinculaba a la mala fama del establecimiento y a la temporada sombría que podía esperarle, sino también al pánico que le generaba estar encerrado durante un mes en la bodega de los barcos que trasladaban a los presos. Por eso, el 12 de febrero de 1926, cuando subía la planchada del transporte “Buenos Aires”, se tiró al río y el peso de los grillos lo llevó hasta el fondo, y cumplió fielmente la promesa de no acabar sus días en el frío de Ushuaia. Un tipo de palabra.
- “El intelectual”. Guillermo Mac Hannafor era considerado un gentleman, más allá de haber sido acusado y detenido por espionaje. En su libertad, había sido mayor del Ejército Argentino pero fue condenado a reclusión perpetua por el delito de “traición a la patria”. Como los reclusos “ejemplares” podían tener acceso a libros –además de conciertos de música, campeonatos de ajedrez y proyecciones de películas- él estaba encargado de la biblioteca y las actividades culturales. Además organizaba concursos de poesía. “Soy un cero solitario que vive lejos del mundo, me agobia el dolor profundo que sufro en este calvario”, escribió algún preso olvidado. Mac Hannafor decía que la poesía era igual a la libertad.
- “Herns, el serrucho” asesinó a su socio, lo descuartizó y arrojó sus restos al lago de Palermo. “Se lo merecía”, dicen que decía. Con reclusión perpetua, trabajaba como carnicero en el presidio y, aparentemente, cortaba las reces con una precisión y rapidez asombrosa.
- “El Mejicano”, acusado de homicidio y condenado a prisión por veinticinco años, se escapó de casi todas las cárceles del país. Demostraba un constante y permanente odio hacia la policía y toda circunstancia de orden y disciplina. Vivía en el presidio en una celda oscura, se le pasaba el plato una vez al día, aunque, según los rumores, comía directamente del piso para no tocar objetos ya agarrados por el “enemigo”. Murió en 1932 en total estado de demencia. Los cobanis respiraron con alivio cuando se enteraron.
- “Los maquinistas”. Los hermanos Bonelli –¿tendrán algo que ver con el de TN?- eran dueños de una casa de cambio de Rosario. Asesinaban a sus clientes ricos y los escondían en el sótano. El olor a podrido los delató. Ya en Ushuaia, eran los encargados de mantener la máquina de vapor de un tren que llevaba a los presos a los lugares de trabajo lejanos. “Bienvenidos al tren, muchachos”, recibían a sus compañeros.
- Juan Dufour, famoso estafador internacional, también era un renombrado escapista. Él organizó la última fuga conocida en Ushuaia. Viejo, ya sin fuerzas, repetía incansablemente: “Yo no moriré en la cárcel”. La historia dice que pudo escapar de la Isla del Diablo, pero no de Tierra del Fuego. Al menos, fue libre.
- “El místico”. Mateo Banks fue el primer multihomicida célebre en su época, había asesinado a ocho personas en Azul, tres hermanos, su cuñada, dos sobrinas y dos peones. Los medios lo llamaron “Mateocho”, mientras que en la cárcel lo llamaban el “viejo solitario”, porque no interactuaba con los otros reclusos, puesto que los consideraba seres inferiores. Sólo rezaba y leía la Biblia permanentemente en voz alta dentro de su calabozo.
Los tres escalones del podio quedan, finalmente, para tres personajes enigmáticos:
- “La revolución, penado número 55”. Simón Radowitsky, joven anarquista de origen ruso, pasó a la fama al asesinar al comisario Falcón -Jefe de Policía a cargo de la represión de la Semana Trágica- arrojando una bomba en su coche, en noviembre de 1909. En mayo de 1918, fue nuevamente foco de interés del periodismo cuando sus antiguos compañeros denuncian que el joven anarquista era víctima de torturas sistemáticas por parte de los guardacárceles. Entonces el gobierno del Peludo Yrigoyen tiene que suspender a los funcionarios policiales ante la simpatía que la población demuestra frente al escándalo.
Seis meses después, los diarios anuncian que el joven se había fugado. Para desgracia del prófugo, en un gesto digno de “botonazos”, las autoridades chilenas lo capturaron y lo devolvieron al penal. Fueron solo veintirés días de libertad. Organizó múltiples huelgas de hambre, de brazos caídos o un coro de protesta, y aunque siempre recibía los más severos castigos, mantenía su actitud desafiante y combativa.
El domingo 13 de abril de 1930, el Presidente firma un indulto que incluye, entre ciento diez presos, al confinado y un poco avejentado Radowitsky. Las restricciones le imponen que deje el país, por lo que sale hacia Uruguay y termina trabajando como mecánico. Simón, te debemos una revolución.
- “El petiso orejudo”. Cayetano Santos Godino, o el preso número noventa, asesino compulsivo de menores, declarado alienado mental y víctima de “imbecilidad incurable” fue confinado a la cárcel de Ushuaia desde el 12 de noviembre de 1915 hasta el último día de su vida, en 1938. Su conducta fue mejorando a lo largo de los años, aprendió a leer y a escribir, aunque de forma irregular, y solía trabajar como peón en el taller de corte de astillas y en otras tareas livianas, por indicación médica.
El 4 de noviembre de 1927 se realiza una cirugía estética en sus “orejas aladas”, puesto que se presume que su maldad radica en esa parte de su cuerpo. Aparte de esta visita, es internado frecuentemente, porque recibe fuertes golpizas de sus compañeros de la sección de carpintería, molestos porque el “petiso orejudo” mortifica, maltrata y tortura al gato, mascota del taller. Aparentemente, quemaba a los gatos en las estufas, atraía con pan a las gaviotas y después, antes de soltarlas, les pinchaba los ojos. Era un tipo jodido. Pidió en varias ocasiones que le otorgaran libertad condicional en virtud de su “ejemplar comportamiento”, pero las solicitudes fueron rechazadas.
Desde 1933 no recibía noticias de su familia, pero incansablemente, todas las semanas, escribía largas cartas con su pésima caligrafía. Murió joven, en 1938, víctima de la tuberculosis. Sus elefantiásicas orejas quedarán en el recuerdo de los gatos maltratados.
- Cierra la lista célebre un caso mitológico. La leyenda asegura que sí, pero en los archivos, prontuarios y registros judiciales no hay ninguna prueba. Lo cierto es que Carlos Gardel, o su fantasma, pudo haber estado preso en Ushuaia. Los motivos de la condena se debaten entre líos de mujeres y política, o un tiroteo en el que había actuado de campana. En el momento en el que debió de estar apresado, contaba con diecisiete o veinte años, y de ser cierta la historia, el Jilguero pudo haber alegrado un poco la dura vida de los presos del penal. ¡Tócate otra, Zorzal!
Fuente de Info: “El hombre que está solo y espera: Historia de la Cárcel de Ushuaia” de Lucas Gastiarena.