sábado, 26 de septiembre de 2009

“La gente que quiere cambiar el mundo pierde el tiempo”

Entrevista a Josefina Licitra

Considerada una de las exponentes del nuevo periodismo argentino, Licitra habla de sus éxitos, sus pasados y sus proyectos. Crónica de una cronista escéptica.

Son las once de la mañana en Palermo. En el café Delicity todo parece decorado por un ama de casa quisquillosa: los colores pasteles en las paredes, los manteles a cuadros sobre las pequeñas mesas de madera y la vajilla tan blanca como los delantales de las camareras. Ubicado en la esquina de Sánchez de Bustamante y Güemes, el café tiene grandes ventanales que dejan ver a los transeúntes apurados ante la inminente lluvia, incluso algunos precavidos ya sostienen paraguas y capuchas sobre sus cabezas. Adentro, se respira el aroma a medialunas mientras ella revuelve el cortado que humea en el pocillo con una parcimonia de sala de espera.

-Yo no sabía lo que era una crónica hasta que gane el premio de la Fundación García Márquez.

-¿Cómo que no sabías?

-No sabía lo que era la crónica. Yo siempre escribía como a mí me gustaba, después me entere. La manera en que escribí Pollita en fuga surgió a partir del editor de la Rolling Stone, que me dijo “no tengas miedo de poner diálogos directos y situaciones de conversación. Vos anímate a hacer lo que tengas ganas”. Después el fotógrafo que trabajó conmigo me dijo que la presentara en el Premio de la Fundación y yo la mandé por Internet sin demasiadas expectativas. Entonces, cuando me entere de que había ganado, me puse a leer inmediatamente sobre crónica para no hacer papelones. Imagínate si en Colombia me preguntaban: ¿qué es la crónica para ti? –dice imitando una tonada caribeña- ¡y yo ni sabía! Así que me puse a leer y estuvo bueno enterarme qué era lo que me gustaba hacer. Ahora sé que son crónicas.

La que habla es Josefina Licitra, periodista. Su labor es complejo: transcribir lo indescriptible del mundo real a una hoja de papel. Y lo hace de una forma excepcional. Según el suplemento cultural Babelia del diario español El País, Licitra es “una de las voces más audaces de la crónica en Argentina”. De hecho, su labor periodística le valió el mayor reconocimiento a nivel latinoamericano. En 2004 recibió el Premio de la Fundación de Nuevo Periodismo de Gabriel García Márquez, por su crónica Pollita en fuga -la historia de Silvina, una chica de 15 años líder de una banda de secuestradores- publicada en la versión vernácula de la revista Rolling Stone.

-¿Gabo? Es un amor el viejito…–responde cuando se le pregunta sobre el escritor colombiano que le entregó el galardón- Me acuerdo una vez que almorzamos con él y se reía de que la mujer lo tenía cagando.

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Josefina tiene ojos negros, el pelo oscuro ondulado que le roza los hombros flacos y la sonrisa torcida, como si la comisura del lado derecho estuviese más arriba que la de la izquierda. Esto es parte del “problemita” -así lo llamaban sus padres- por el cual tuvo que soportar varias visitas al quirófano. Para ella el haber nacido con la oreja derecha sin terminar, con uno de los maxilares más corto que el otro y con el ramal nervioso del rostro funcionando en un cuarenta por ciento de sus posibilidades, significó cuatro operaciones en diecisiete años.

- ¿Las operaciones a las que te has sometido son la causa de que la temática del cuerpo sea una constante en tus crónicas?

-No sé si es una constante, pero sí, en la cuestión más personal algunos escritos tuvieron que ver las operaciones que tuve de chica, también el haber tenido un hijo. Esas transformaciones y marcas corporales fueron convertidas en relatos. Me parece que puede haber relatos bellos –cuando digo relatos incluyo a la fotografía también, no lo limito a lo textual- que muestren una situación de belleza más allá de los parámetros establecidos por la estética. Algo que no es naturalmente bello, se puede volver bello a través de un relato. Por ejemplo lo que hizo Gabriela Lifftschitz -la fotógrafa que se autorretrato desnuda resaltando la mutilación en su seno izquierdo- , tiene una carga poética muy fuerte. Ella no sólo se encargó de las fotografías, sino de la iluminación y los textos y produjo algo shockeante pero bello.

En cuanto a las cosas que pude escribir sobre mi cuerpo, me sirvió como una especie de catarsis, tuvo algo de liberador aunque ese no era su primer objetivo. Me pareció interesante hacer una crónica del yo, como ¿qué puede contar uno hablando sobre sí mismo? sin hacer algo condescendiente del tipo de “¡qué bárbara estoy!”. En este caso quería hacer una crónica de mí misma y aunque suene esquizoide quería desdoblarme. Fue interesante y doloroso a la vez. Sin embargo creo que el haberlo pasado al papel significó minimizar ese tema, porque las cosas realmente terribles uno no las puede ni nombrar.

Pero las marcas de su vida no son sólo corporales. También son invisibles. Josefina vivió sus primeros años en La Plata en plena dictadura militar y sus días eran un constante huir de la represión. Junto a su madre, una veinteañera de militancia universitaria, fueron presas de ese itinerario sin brújula que tantos argentinos padecieron.

-Nos tuvimos que mudar varias veces de los lugares donde vivíamos, irnos de casa, porque era muy riesgoso. Mi vieja me cuenta que se pasaba días enteros viajando en micro, de terminal en terminal o de tren en tren para pasar el tiempo porque no podía parar en ningún lado, así que me daba de comer en las plazas. Mi viejo sí, siguió militando para el trostkismo. Por las noches dormíamos en la casa de algún amigo. Era una vida muy itinerante, sin pasar mucho tiempo en ningún lado. Además ellos estaban re preocupados, sus mejores amigos empezaron a desaparecer, por eso mi viejo se exilió, primero en Montevideo y después en Madrid.

Ella habla de su pasado con total naturalidad. Quizás porque aquellos años ya resultan lejanos. “Además no teníamos un mango” asegura mientras rompe con sus dedos finos y largos el sobrecito de azúcar que vuelva hacia el pocillo.

-No es que éramos pobres y quiero hacer una tragedia del tema, pero mis viejos eran muy jóvenes y nunca contaron con la ayuda de sus padres -rememora Licitra sin ánimos de teñir de miseria su historia familiar-. Me acuerdo que un día mi vieja me fue a buscar a la escuela y había llevado una Lola, una golosina de ese momento, y yo me acuerdo que no la quería, no se por qué, entonces ella me dijo “¡no me tome el colectivo para comprarte esto!”. Estaba muy enojada. Después la tiró arriba de un placard y estuvo un mes ahí, para que yo supiera valorar.

Lo que sí valoraba Josefina eran las letras. Empezó escribiendo ficciones y cuentos cercanos a lo literario. Pero durante su adolescencia, fue su profesora de lengua la que le marcó el camino de la escritura y le recomendó que leyera la revista cultural La Maga. Licitra recuerda que allí encontró el aviso de la Escuela de Periodismo TEA, que resultó ser la excusa perfecta para estudiar una carrera que le permitiera desarrollar su pluma.

A partir de allí todo fue una escalada en el mundo periodístico. Con sólo veinte años ya formaba parte de la redacción del diario Clarín. Trabajo también como periodista independiente de medios nacionales como Rolling Stone, Veintitrés y Lamujerdemivida, e internacionales como Soho, Etiqueta Negra y Gatopardo. Actualmente forma parte del staff permanente del diario Crítica de la Argentina, en la sección Sociedad. De vez en cuando, concede crónicas o soliloquios a sus lectores. Generalmente en forma de contratapas. Ellos le agradecen a su manera:

artte s sano - 40 años – dice: Josefina grasias, por fin una gota de umanidad en medio de tanta basura, no me refiero al diario sino a la puta realidad que no deja grieta de luz, pero hasi son las cosas. cuando menos lo esperas en el decierto hay una rosa.”(27/08/2008)

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Son más de las doce del mediodía. En un segundo el café Delicity se convirtió en un desierto de pocillos y diarios abiertos sobre las mesas. Ni las pálidas camareras asoman detrás de la barra. Ellas quizás están almorzando en la cocina. Noto que no hay ni una arruga en el rostro de Josefina, su piel parece suave como la seda. Afuera, las gotas de lluvia resbalan por los ventanales que dan a Sánchez de Bustamante.

- También escribís mucho sobre el paso del tiempo. Más que nada sobre los distintos estadios de la vida, sea la niñez, la adolescencia o la vejez…

- Sí. Ese es un tema muy recurrente que me despertó interés a partir de la llegada de Joaquín –su hijo, cuatro años hoy en día-. ¿Viste que se dice que los chicos vienen con un pan bajo el brazo? Bueno, ¡en realidad vienen con un reloj! El tiempo empieza a correr de otra manera, más rápido. Por ejemplo, pienso que cuando Joaquín tenga veinte años, ¡yo voy a tener como cincuenta! Y ahí yo aparezco vieja… Sí, es verdad. Tengo como una obsesión sobre cómo me va a alcanzar la vida para hacer todos mis planes. Además uno es conciente de que la muerte sucede. Entonces trato de medirme porque si fuese por mi escribiría siempre sobre el tema del tiempo.

El tiempo suele ser perturbador para los que conviven entre las letras. Es Julio Cortázar, en “Deshoras”, quien define a los juegos del tiempo como “un billar de carambolas” y reivindica el hecho de la no coincidencia en el tiempo, de los destinos que pasan uno al lado del otro sin encontrarse. Son esas peripecias de las deshoras las que conforman las contradicciones de la vida.

En el caso de Josefina Licitra, la no coincidencia en el tiempo viene de una visión negra del mundo en franca contradicción con la militancia política -¿utópica?- de sus padres. Dos generaciones antagónicas, dos visiones políticas, en un mismo seno familiar.

- Lo interesante es que vengo de una tradición política muy fuerte: mi viejo fue trotskista toda su vida, se tuvo que exiliar durante la dictadura en Madrid, pero yo veo un partido de izquierda y me da risa –dice Licitra con un rostro parco, no le causa gracia su escepticismo-. Es así, soy tan negra y pesimista con los partidos políticos como con el resto del mundo en general.

- Sin embargo, la crónica es una forma política de escritura. Eso dice Martín Caparros. Es una forma de darle voz a los que no la tienen, una forma de cambiar las estructuras de poder desde el periodismo.

-Sí, pero no comparto esa visión. Yo descreo de la gente que hace algo para cambiar el mundo. Creo que la gente que quiere cambiar el mundo pierde el tiempo, porque nada va a cambiar. De modo que esa no es mi intención cuando escribo una crónica. Para mi la crónica es una forma de contar una historia con herramientas narrativas. Nada más. Tengo una mirada muy fría del tema, lo que no quiere decir que no me comprometa emocionalmente cuando hago algunos trabajos. A mí lo que me interesa es contar una historia y contarla de la manera más completa posible, por ahí eso tiene como consecuencia un cambio, como un efecto colateral, pero yo no lo hago pensando en cambiar algo, lo hago porque me interesan los relatos de no ficción. Es algo más personal y menos grandilocuente. Eso no quita que después ayude a modificar la opinión pública sobre ciertos temas, destigmatizar algunas cuestiones. Es decir, la crónica puede generar un cambio, pero no es lo que yo busco.

-Quizás, aunque no te lo propongas en primera instancia, terminas generando un debate...

-Sí, está bien lo que decís. Pasa que yo me preocupo por recrear una escena, que el lector se “haga la película” de la temática que estoy tratando. La crónica es un placer literario que se da el periodista, es contar un cuento con datos reales. Porque el periodismo es un oficio muy cínico: cuando hice las notas sobre Romina Tejerina, Silvina -la quinceañera de los secuestros- y sobre la trata de blancas, a mi lo que me interesaba era contar la historia de la forma más completa que se pudiera. No me interesaba ayudar a Romina, ni que le bajaran la pena a Silvina, ni que apareciera Marita Verón –víctima de la trata de blancas-. No era ese mi objetivo.

-¿Qué te sucede después de haber escuchado historias tan fuertes?

-Me afecta…claro que me siento afectada. Pero ¿viste que los médicos para poder operar no piensan que están operando a una persona, sino que tienen que verlo solamente como un cuerpo y trabajar sobre eso? Bueno creo que así es también en el periodismo. Si hay algo que me pueda emocionar o conmover yo no lo puedo contar, porque para poder contar algo tengo que tener distancia. A mi las notas lacrimógenas y sentimentales me irritan de sobremanera. Por ejemplo, me pareció inmundo lo que hicieron los periodistas de La Liga de disfrazarse de linyeras, no estoy de acuerdo ideológicamente con eso. Es que el periodismo de inmersión, creer que podes meterte en otro territorio y simular ser parte del mismo, es una mentira para la gente que te rodea, porque no sos uno de ellos. Por más que te vistas de linyera, que no te laves el pelo por veinte días, no sos eso, ¡si después volvés a tu casa y tenés una cama limpia y todo lo demás!

-¿Qué pensás de esa fascinación que tiene el periodismo por lo marginal?

-Me parece fácil y morboso, para esa fascinación lo único que importa es exhibir y mostrar situaciones de pobreza, marginalidad. Eso no esta mal si seguís mi premisa de no buscar un cambio social, sino de contar una historia con una justificación del porqué hay que contarla. Las historias que yo elijo siempre tienen un tema detrás. Por ejemplo, en la nota de Marita Verón quiero mostrar la trata de blancas, en el caso de Romina Tejerina un tema de la feminidad y la maternidad muy profundo, lo mismo con la adolescencia gay-lésbica. A diferencia de esto, en la fascinación de lo marginal, lo oscuro y lo sórdido no hay un porqué detrás que no sea la pura exhibición.

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Josefina Licitra también tiene un libro en su haber: “Los Imprudentes. Historias de la adolescencia gay-lésbica en la Argentina” fue publicado en 2007 por la editorial Tusquets. La periodista se propuso reconstruir las historias de seis jóvenes homosexuales e indagar en sus miedos y orgullos en medio de una sociedad conservadora. El caso más ilustrativo es el de Santos, un adolescente de la alta sociedad porteña que sorprendió a sus padres al anunciar su condición gay y, a cambio, ellos le pidieron prudencia con un gesto desalentador e hipócrita. Actualmente, Licitra trabaja en un nuevo libro de crónicas.

-¿Qué es lo que querés contar en tu próximo libro?

-Quiero hacer una descripción del Conurbano Bonaerense, contando distintas historias sin caer en los relatos sórdidos y marginales. Calcula que el 23 % de la población nacional vive ahí, lo que lo hace un territorio muy interesante para investigar. Pero es un trabajo muy difícil, denso y triste a veces.

-¿En qué parte del proceso estás?

-Ahora estoy haciendo el proceso de investigación, tengo que entregarlo en la editorial en junio del año que viene. Igual ya tengo delimitado qué quiero contar en cada capítulo. En general la estructura es lo más complicado para armar.

-¿Cómo estás trabajando para abarcar todo el Conurbano?

-Ya delimite los capítulos y los temas, de no ser así te podes pasar la vida conociendo sus historias. Tengo dos amigos que están en “Policías en Acción” y recorrí el Conurbano con ellos, ya que lo conocen muy bien porque hace años que salen a patrullar por la zona. Además es la forma gratis para no invertir los viáticos en gastos de transporte. Así que ellos me ayudaron a hacer un panorama general y ahora sé adonde quiero dirigirme en cuánto a temas.

-Por ejemplo…

-Quiero hablar de la policía, pero no desde la denuncia, sino más bien desde la idiosincrasia de la Bonaerense, hablar de los contrastes villas/countries… -entonces se queda en silencio. “Te juro que no me quiero hacer la enigmática, pero tengo muy mala memoria” aclara y a los segundos retoma la explicación- También sobre el comercio informal, los punteros políticos, la mediatización y en especial el paso de la televisión por las zonas más empobrecidas.

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Son casi la una. Adentro del café, las camareras limpian las mesas con esos detergentes azulados con aroma a desinfección. Hay un tipo de traje oscuro leyendo el diario en uno de los sillones de cuero blanco del local. Mira a Josefina al pasar, quizás le llame la atención su sonrisa torcida, quizás la reconozca. Afuera el cielo sigue gris. Luego de la despedida, ella se pierde entre la gente que deambula por Palermo con un caminar rápido. Como si quisiera alejarse del cínico que la acaba de entrevistar.