martes, 23 de febrero de 2010

Osvaldo Soriano: Cuentos de los años felices

Durante los años en que el escritor vivió en Tandil forjó amistades inoxidables y descubrió su pasión por la literatura. Rodeado de un grupo de intelectuales, aquí nacieron sus primeros cuentos y su prosa periodística. Esta es la esta historia del joven Soriano, de aquel que cambió la pelota de fútbol por las novelas norteamericanas.

"Recordó, de pronto, una lluvia verde y unos cerros bajos y cubiertos de árboles. Vio el diminuto lago solitario, la cinta de pavimento, la curva donde había detenido el auto aquel mediodía de hacía cinco años, cuando la lluvía caía violenta y fragante y él se sentía solo (...) Jamás había olvidado esa imagen de sí mismo, en la pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires donde había vivído muchos años" - Triste, Solitario y Final

La noche sigue siendo su compinche. Era de madrugada cuando se refugiaba en su máquina de escribir y descifraba con exquisita audacia los susurros de los arrabales, los enredos de algún amor de su niñez y los partidos de fútbol del fin del mundo. Entonces, acompañado por el ronroneo de sus gatos y el espeso humo de esos cigarros gruesos, dejaba que sus dedos trajeran personajes únicos: los siempre perdedores, los cazadores de utopías, los criminales de borceguíes, protagonistas tan ambivalentes como la idiosincrasia de nuestra viveza criolla. Y el café era el compañero de esas veladas ermitañas, cuando Buenos Aires, París o Bruselas se convertían en laberintos de muros de cemento. Así, cuando el sol insolente se asomaba por las hendijas de las ventanas, dejaba una pila con sus escritos y hasta mañana, adieu, aunque sus personajes lo acompañaran durante todo el día, en el subte o en el bar.Recuerdo que cierta vez un periodista, quizás un colega conocedor de sus manías, le preguntó quién era él. “¿Cómo hablar de nosotros si no sabemos quiénes somos? (...) Yo no tengo biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna”, respondió Osvaldo, seguro. Y aún hoy, cuando pasaron tantos años de su exilio terrenal, la noche sigue siendo su compinche, el único lugar donde nacen sus historias y se hacen eternas, como si fuera el abrigo de la luna el refugio donde no hay más penas ni olvido.
En el camino
La historia, caprichosa madama del destino de los hombres, quiso que Osvaldo Soriano se convirtiera en escritor en Tandil. Sin embargo, no nació aquí, sino en Mar del Plata, un día de Reyes del `43. Su infancia fue un constante viaje por diferentes ciudades del país, debido a que su padre, José Vicente Soriano, era inspector de Obras Sanitarias y su oficio lo obligaba a tener que mudarse de nido con mucha frecuencia.De modo que el joven Osvaldo anduvo pateando las calles de San Luís, Río Cuarto, Córdoba –luego estuvieron sólo unos pocos meses en Tandil- y Cipoletti, en el Sur, lugar que definió como un verdadero far west. “Las calles eran de tierra. No existía ninguna casa de dos pisos. No había ninguna librería. Los únicos entretenimientos eran el cine y el fútbol. De ahí que yo soñara con ser futbolista. Esa fue mi primera vocación", explicó el propio Soriano años después.
En aquel entonces, sus sueños tenían más relación con transpirar la numero nueve de San Lorenzo que con escribir novelas al mejor estilo Raymond Chandler.Ese amor por el balompié y los recuerdos de los bizarros partidos en la Patagonia, se convirtieron en geniales cuentos, tal como “Orlando, el sucio”, “El Mister Peregrino Fernández” y “El penal más largo del mundo” que, dicho sea de paso, fue convertido en largometraje por el director español Roberto Santiago en el año 2005.
Pero los cuantiosos viajes de su niñez le trajeron el desamparo y la soledad de perder amigos con cada exilio involuntario. “Es tan corta la vida y son tantas despedidas”, entona un cantautor madrileño y la frase define toda la infancia de Osvaldo como un polaroid de esos años.En una entrevista del año `95, Osvaldo le recriminó a su padre esa situación: “¿por qué no me preguntó si yo quería vivir en todos los sitios adonde lo llevaba su trabajo?”, se cuestionó en aquella oportunidad.
De todos modos, esa bronca pasajera sería efímera en comparación con todo lo que realmente quiso a su padre, a quien consideraba “un luchador, porque creía que había un mañana mejor para la Argentina” y a quien le dedicó varios relatos de “Cuentos de los años felices”. Finalmente, las vueltas de la vida y el trabajo del sostén de la familia, quisieron que los Soriano se erradicaran en la ciudad de Tandil, donde había nacido Eugenia, la madre de Osvaldo, quien ya tenía veinte años y, de a poco, estaba por cambiar la pelota por los libros.
Tandil era una fiesta
Cuenta Néstor Dipaola, reconocido periodista e historiador local, que la ciudad de aquellos años sesenta era un verdadero caldo de cultivo de la expresión artística, filosófica e intelectual. En los bares, en la Universidad –recientemente fundada- se respiraba el olor a cambio, a revolución, que tanto marcó a las generaciones de la “imaginación al poder”.
De la misma forma, tiempo después en Buenos Aires, la describió Osvaldo Soriano: "Tandil me parecía Nueva York. Era una ciudad con edificios de cinco pisos, con grupos teatrales, bibliotecas, librerías. En los cafés, me incorporaron a la mesa de intelectuales de Tandil. Eran todos socialistas. Dejé de pensar que sería jugador de fútbol y decidí ser escritor. Las dos actividades tenían algo en común: eran perfectamente inútiles, pero muy placenteras". No obstante, el “Gordo”, como lo apodaron sus amigos desde siempre, descubrió la literatura de la mano de Juan Campagnolle, quien en ese entonces era novio de su prima.
En una entrevista con el escritor Mempo Giardinelli, Soriano relató aquel bautismo de fuego con los libros: “Un día el novio de una prima me cuestionó el hecho de que yo era un ignorante. Me dijo que había encontrado un libro en su biblioteca, y que le parecía que a mí me iba a gustar. Era una novela de ciencia ficción: "Soy leyenda", de Richard Mathieson. Fue el primer libro que leí en mi vida. Me encantó, y cuando lo volví a ver, le dije: "Dame más". Y entonces me trajo "Los hermanos Karamazov". Mira qué bestia”. Así, contrajo un comportamiento cuasi-adictivo con las lecturas que su amigo le aconsejaba, y las páginas de célebres escritores como Flaubert, Quiroga y Maupassant comenzaron a fluir delante de sus ojos.

Condenado a escribir
Tras haber abandonado la escuela secundaria años antes, el joven Soriano comenzó a trabajar en la Metalúrgica Tandil, una industria local donde iban a parar muchos jóvenes laburantes. “En la Metalúrgica tiene la suerte de ser contratado como sereno de la noche, entonces tenía tiempo para leer y escribir durante esas horas”, explicó Néstor Dipaola, en diálogo con este cronista. Asimismo, por las tardes, el veinteañero comenzó a frecuentar los círculos intelectuales de la ciudad. “Soriano acá conoce a un gran escritor, como lo fue Jorge Di Paola, quien era unos años mayor que él. Se encontraban en la confitería “Rex” -donde ahora está la Sociedad Española- un lugar común de los intelectuales de la época, entre ellos el polaco Witold Gombrowicz. “Rex” era un enorme bar que fue emblemático, donde también había importantes bailes para la juventud en las décadas del `50 y `60” recordó el periodista, un referente en la historia de la ciudad.No obstante, no faltaría mucho tiempo para que el “Gordo” comenzara a utilizar su propia pluma, entusiasmado por sus compinches literatos.
“Una cierta mañana en el bar, llega Soriano con una cantidad importante de hojas que había escrito para dárselas a “Dipi” –apodo de Jorge Di Paola-, para que las lea y le diga qué les parecían. A los pocos días se encuentran, luego de haber leído su obra, y “Dipi” le dice textualmente: “Vos estás irremediablemente condenado a escribir”. Esa frase exacta dijo. Ahí Soriano se entusiasmó muchísimo. Fue Jorge Di Paola el primero en darle el aliento para su literatura. Esa frase textual, fue lo que lo marcó y lo alentó a seguir escribiendo” explicó el periodista, pariente lejano del ya fallecido “Dipi”. Aquella alegoría sartreana, de la condena de la libertad, funcionó de veras.
Las bellas artes
En el mismo plano, Soriano aprovechó la diversidad cultural de la ciudad de Tandil para incursionar en la actividad teatral y en el cine. Según Víctor Laplace -ver recuadro-, renombrado actor, luego de las jornadas laborales en la Metalúrgica, tenían el PTE (Pequeño Teatro Experimental) donde discutían de la cultura y de la vida, junto a Juan Campagnolle, Jorge Di Paola y el Colorado Julio Lester, entre otros interesados en la temática. Producto de esta experimentación, surgió una producción audiovisual en formato de corto, una hilarante comedia en blanco y negro la cual está disponible en You-Tube para los curiosos cibernautas.
A su vez, en el séptimo arte de Tandil, Soriano fue progenitor del Cine Club, un proyecto destinado a difundir películas alternativas. Carlos Gastaldi, dueño de la tradicional librería “Don Quijote” y conocedor de las andanzas del “Gordo”, explicó que “en el Cine club se proyectaban distintas películas, pero no las comerciales y convencionales, sino cine de protesta, en esa época estaba de moda la Nueva Ola Francesa”.
En conversación con quien escribe, Gastaldi también reconoció los prejuicios de la época frente a estas expresiones. “Esto no era muy bien visto en aquellos días, ya que ese cine parecía de izquierdistas, la gente los miraba como si fueran bichos raros, pero ahí se veían películas que en el circuito comercial no se exhibían. Se proyectaban en lo que era el Cine Avenida, donde ahora está Museo, y no recuerdo si se alcanzó a presentar en el Cine Club de Excursionistas” comentó el experimentado librero.
Luego, aproximadamente en el año `65, Soriano pudo cambiar su rutinario trabajo en la fábrica local, para incursionar en el periodismo, oficio que tenía la ventaja de permitirle desarrollar su escritura. Como el fútbol seguía teniendo espacio en su corazón, se convirtió en redactor de la sección Deportes, en El Eco de Tandil. No obstante, allí también publicó algunos de sus primeros cuentos, los cuales tiempo después descalificó de manera rotunda. Luego Soriano pasó a Actividades, un vespertino que quedaba en la calle 9 de Julio, entre Pinto y Belgrano -ahora hay una playa de estacionamiento- donde consiguió escalar a Jefe de Deportes e implementar una paradójica forma de titular, sumamente novedosa para el periodismo local.

Cartas a un señor de Paris
En esos años de periodista, una de las máximas influencias del “Gordo” Soriano, era sin dudas, Julio Cortázar quien vivía en París, el centro mundial de las expresiones artísticas. Durante aquellos días sesentistas, Cortázar, un escritor ya consagrado -que supo revolucionar las letras y dar un giro copernicano a las concepciones sobre cómo escribir una novela, con Rayuela en el `63- parecía un intelectual inalcanzable. Sin embargo, Soriano logró llegar a él a través de una insólita correspondencia. “Yo vivía en Tandil y empezaba a escribir algunos cuentos horribles. Como todo el mundo tenía su dirección, yo también. Y le envié el texto. Un mes después recibí una carta. Se había tomado el trabajo de arrancar de La revista de Occidente su cuento Una flor amarilla, uno de sus grandes cuentos, por otra parte. Y nada más. Por supuesto, entendí bien que esa no respuesta era una respuesta en sí misma, casi una gentileza” explicó el “Gordo” en referencia a la curiosa respuesta de Cortázar.
Más allá de ese gesto, la relación entre ambos escritores se volvió a cruzar en forma de correo. Precisamente, en 1973, ya en Buenos Aires, Soriano le regaló “Triste, Solitario y Final” a Cortázar en unos de esos exquisitos encuentros casuales. Sobre esto, contó el “Gordo”: “Se lo llevó y más tarde me envió una hermosa carta, de esas con las que cualquier escritor que recién empieza puede soñar. Y sobre todo si un tipo como él se toma el trabajo, ¿no? Cuando “Triste...” salió en Francia, él retocó el texto de esa carta y la transformó en un prólogo que yo conservo en castellano como algo muy preciado”.
Sin dudas, hoy en día, esa correspondencia resulta algo invaluable, un tesoro que sólo los amantes de las letras pueden concebir en toda su magnitud. Pero son papeles ajenos, ocultos en cajones empolvados, cuyos dueños resguardan como textos sagrados.

Destino Buenos Aires
El correr de los días, la ida de sus amigos a Capital, la búsqueda de nuevos horizontes para la creación, hicieron que el joven Osvaldo, quien ya tenía veintitrés años, pensara únicamente en la idea de llegar a Buenos Aires cuanto antes. En su concepción, allí podría crecer como escritor, ese era su mayor desafío.“Lo que te puedo decir es que era un muchacho de no muchas palabras, más bien tímido y a mi me parecía que, no era que no estaba a gusto en el diario Actividades, sino que ya estaba con su cabeza en Buenos Aires, pensando en cuándo podría entrar en la prensa grande. Con lo cual, trabajar con esa idea, no lo dejaba concentrarse en lo que hacía acá en Tandil” explicó Néstor Di Paola, quien conoció personalmente al “Gordo” como obrero de la tinta y el papel.
Finalmente, la oportunidad llegó inesperada. Durante la Semana Santa, el periodista Francisco Juárez de Primera Plana, le ofreció a Soriano escribir una nota sobre el Vía Crucis tandilense. El resultado fue una nota polémica en la que ironizaba de manera desopilante sobre el tradicional festejo católico, lo cual le valió el odio de los eclesiásticos locales. “Se armó un revuelo bárbaro –contó Nilda Villareal, prima de Osvaldo-. Hasta Monseñor Actis mandó una carta a Primera Plana para quejarse por la nota. Pero Osvaldo ya tenía ganas de irse...”De modo que Soriano aprovechó la publicación de su nota para tomarse el primer colectivo hacia Capital. Así, sin previo aviso, con la valentía de la juventud y sin un mango en el bolsillo, se apareció en la redacción de Primera Plana.
Francisco Juárez, un periodista porteño, comentó sobre aquel episodio: “Osvaldo andaba sin plata y no tenía dónde dormir. La redacción estaba en Perú y Belgrano, así que caminamos por Avenida de Mayo hasta un hotel desvencijado. “Acá”, dijo, porque vio que el hotel se llamaba Tandil. Se instaló en un cuartito de la terraza. Entonces le inventamos una nota sobre Berisso, para que saliera del paso" explicó su colega, quien le tendió una mano en ese momento crítico y alegó sentirse conmovido por “ese hombre de 26 años con cara de bebé y bolsito al hombro”. Ese primer paso sería fundamental para cimentar su trayectoria, como un penal mano a mano con el arquero y después el gol inevitable.
El resto es historia conocida. La vida le daría una revancha. Se convertiría en un escritor de culto, en un best-seller indiscutido, en un paradigma de la escritura popular, donde el fútbol y la política no fueron temas menores de su literatura. Así, tarde o temprano volvería a Tandil: en persona visitando a sus parientes y amigos; y en sus anécdotas y novelas, donde siempre existía un párrafo aparte para este paisaje serrano.“Para mí es cómo si aún estuviese en Francia, quizás es una negación psicológica, pero para mí todavía no volvió del exilio” me comenta Juan Campagnolle por teléfono, con la voz cadenciosa que compartió mil charlas con el “Gordo”. Quizás tenga razón, quizás aún esté dando vueltas, vaya a saber uno en qué ruta polvorienta, en qué pueblo infinito o en qué café nocturno. Mientras, nos dejó sus libros, eternas partes de su ser, esos cuentos de los años felices.
***
Osvaldo Soriano según Víctor Laplace

“Tenía esa mezcla de lo popular con lo más excelso del arte”
Alguna vez Víctor Laplace reconoció que, cuando trabajaba con 14 años como obrero en la Metalúrgica Tandil, descubrió lo que era realmente la felicidad. Que si bien eran épocas de jornadas duras, existían las luchas obreras, las reivindicaciones y bajo los adoquines parecía haber arena de playa.
Quizás resulte lógica la deducción del origen de la felicidad de Laplace. En esos tiempos, eran muchos –la mayoría- los que pensaban de esa forma. En la Sorbona, pleno mayo francés, un graffiti lo decía todo: "Decretemos el estado de felicidad permanente".
Por este motivo, para recordar esos días y a Soriano, es la siguiente entrevista con Víctor Laplace. La misma fue realizada a través de un intercambio vía correo electrónico y, aunque la distancia lo impida, las palabras suenan cercanas, como si Víctor estuviera sentado, con voz susurrante y gesto nostálgico, en cualquier bar de esta ciudad serrana.

-¿Cómo descubrió Osvaldo Soriano la literatura?
-Osvaldo siempre decía que había descubierto tarde la literatura. Si bien en la fábrica se lo pasaba leyendo, él en verdad era un periodista en potencia porque tenía el don de observar la realidad de una manera diferente y eso es lo que, en definitiva, lo llevó a escribir con otro vuelo. Creo que fue Madame Bovary, de Flaubert, la novela que le dio vuelta la cabeza. Sin embargo tenía un apego muy grande a las cosas nuestras. No es casual que “No habrá más penas ni olvido” esté situada en Colonia Vela. Pero todo impactaba en él de una manera diferente.

-¿Cómo era su relación con el cine? , ¿Qué tipos de películas proyectaban en el Grupo Cine?
-Cuando tuvo el Grupo Cine junto a otros tandilenses, devoraba películas, tenía mucho amor por el cine americano pero sin embargo siempre decía que “El Dependiente”, de Favio, era la película que más lo había conmovido. También rescataba “Cenizas y Diamantes”, del polaco Andresj Wajda pero sus ídolos era Laurel y Hardy a quienes amaba, lo decía, más que a Chaplin. Esta heterogeneidad en sus gustos le dio una mirada amplia del mundo, de las personalidades y de las angustias por los antihéroes, como después lo reflejara en sus novelas. De hecho, “Triste, Solitario y Final” pienso que resume sus pensamientos y para mí es su mejor obra.

-¿Cómo describiría su personalidad literaria?
Fue un amante de lo popular pero eso no le impidió atreverse a literaturas que por aquel momento eran propias de los intelectuales, como Italo Calvino, por ejemplo.
Amaba los thrillers y el policial negro como la gente de la época, Raymond Chandler también estaba entre sus favoritos y por ende las películas con Humprey Bogart que representaban aquellas novelas.
Nada de esto impedía su devoción por el fútbol, de hecho fue cronista deportivo y tuvo una gran pasión por su San Lorenzo, equipo del que conocía de memoria todos sus jugadores, incluso los de reserva.

-¿Cómo clasificaría su tendencia ideológica?
El mundo Soriano era inmenso y siempre fue un rebelde a la hora de analizarlo. Su tendencia ideológica era de izquierda, una especie de socialismo romántico que lo emparentaba con el dramaturgo Roberto Cossa.
Fue precisamente su rebeldía lo que lo llevó a saltar a Buenos Aires con su conocida crónica crítica sobre la semana santa en Tandil que lo catapultó a Primera Plana. Tuvo la suerte de rodearse de grandes periodistas como Osiris Troiani y otros hasta que en el diario La Opinión, de Jacobo Timmerman, pudo poner su sello. Ese fue para mí su gran salto. Además, el hecho de ser un futbolero, amar al Gordo y el Flaco, lo distinguía de otros intelectuales, esa mezcla de lo popular con lo más excelso del arte.
Por otro lado, también tenía su compromiso con la realidad, lo que le valió el exilio ya que estaba en la lista de la temible Triple A. De todos modos, cuando venía a Tandil no ocultaba sus miedos, pero no por ello dejaba de reunirse con sus amigos en la confitería El Cisne. Como muchos otros argentinos sufrió la persecución y fue en su ida cuando empezó a producir más como escritor y a ser reconocido más afuera que aquí.

-Personalmente, ¿cuál fue un recuerdo inolvidable junto a Soriano?
-En lo personal más allá del grupo de Teatro que formamos en la Confraternidad Ferroviaria y miles de anécdotas de él, forzadamente hacia el trabajo de actor, debo agradecerle el hecho de que me haya presentado a Julio Cortázar, fue en Paris, me llevo a la casa de él y ahí presencié una discusión muy familiar en relación a quien debía quedarse con el gato que era de Cortázar y que el Gordo, como le decía afectuosamente Julio, no estaba dispuesto a cuidar. Conocerlo a Cortázar en esas circunstancias fue inolvidable para mi; de pronto eran dos niños.

-¿Qué pensaba Soriano de la ciudad de Tandil?
-Soriano había llegado a Tandil sin muchas ganas, pero se rodeó de gente que impactó mucho en su vida y en su imaginario. En realidad Osvaldo, si bien era una persona muy sensible por los afectos y quienes lo rodeaban, nunca se proclamó un tandilero. Más bien era crítico de la ciudad pero en el fondo no podía disimular que algunas cosas lo ataban aquí. Una vez se enojó, según me cuenta un amigo, porque, siendo ya famoso, la universidad nunca lo había invitado a dar una charla y cuando lo hicieron, no quiso. Igualmente estuvo dando una charla en lo que fue la confitería del club Santamarina, presentado por el periodista Julio Varela, en una feria del libro donde habló de literatura pero más se entusiasmó hablando de San Lorenzo.

-¿Cree que la ciudad le ha brindado el debido homenaje a Soriano?
-No creo que Tandil haya sido injusto con él. Hay una plaza que lleva su nombre y sus amigos nunca lo olvidan. De hecho la Universidad hizo un concurso artístico llamado Universo Soriano. Como dije, fue un rebelde y un bohemio. Así fue como lo conocí en esas épocas en que en Tandil desafiábamos a la cultura pre existente haciendo teatro, escribiendo o mirando esas películas que muchos llamaban “raras”. Fue un personaje difícil de olvidar pero más que nada un talento que no resulta fácil encasillar. Tan particular él y su obra.