viernes, 12 de septiembre de 2008

Función


Antes de salir guardó sus pastillas en el sobretodo. Se miró en el espejo y se notó algo más flaco. Se abrigó, no vaya a ser que la fiebre vuelva por tomar frío.
En las pocas cuadras que lo separaban del teatro sintió escalofríos varias veces.Ya se había resignado a las impredecibles reacciones de su cuerpo.

Entró al Cervantes apurado, como quien quiere deshacerse de algo.El de la boletería le dio su entrada sin mirarlo a la cara, quizás acostumbrado a ignorar los rostros anónimos de las noches tandilenses.

Fila cinco. Asiento 28. Mientras caminaba sentía el crujir del viejo piso de madera, tan chamuscado por el paso de los años, tan espectador de comedias y dramas.Como él. Se quitó el sobretodo antes de sentarse, no sin antes contemplar la enorme cantidad de asientos vacios que lo rodeaban.

Definitivamente el teatro había perdido el esplendor de sus años mozos y ahora sufría la indiferencia y el abandono de aquellos que lo habían hecho una moda. Hasta la cupula de vidrios parecía roída por los vejamenes del tiempo y el telón no
parecia más que una cortina harapienta de la cual se deshilachaban los aplausos pasados.
En franca contradicción con la primera impresión, la penumbra no era total, porque se lo podia ver al viejo Perkins, el dueño del teatro, caminando entre los pasillos,esperando entusiasmado que las hordas de espectadores colmen hasta el último recoveco de la sala, como en "aquellos viejos tiempos".
Pero esto no sucedería y Perkins se ahogaría una vez más en la busqueda de una última curda después de esta, la última función de la noche.

Él se estiró en la butaca y miró su reloj para cerciorarse de que la obra no tardaría en comenzar.Oyó el ruido de pasos.
"Tacos, esos son tacos". Al lado suyo se sentó una mujer de una belleza peculiar, de cabello oscuro y rasgos tibios.
Su cara huesuda emanaba cierta pesadumbre pero eran sus ojos los que llamaban la atención, vidriosos como los de una amante de luto.

Curioso, él la miró de reojo. Supuso que era muy obvio y prefirió divagar sobre sus asuntos diarios: un par de derrotas contra su Yo -enmarcadas en una rutinaria persecuta por su enfermedad- y la dependencia de insufribles tratamientos sin prescripción.
La dama, en cambio, desde que tomó asiento, jamás movió su mirada del punto equidistante que la separaba del escenario. Permaneció quieta como una estatua de cristal en medio de aquella vetusta sala de teatro.
Pestañeaba solo de vez en cuando. Parecía sumida en las más incongruente fantasía interior...si alguien la hubiese visto tendría más de un motivo para sospechar de su estabilidad emocional.
Los minutos pasaron y nadie más que ellos habitaron ese lugar.

El telón se abrió. En el escenario se pudo ver a un hombre sentado en un banquito de madera que tapaba su rostro con ambas manos, resguardándose de las lágrimas que parecía no poder contener.Estuvo así unos segundos, hasta que levantó la cara para dejarse ver por el escaso público.

Desde su butaca el hombre se sobresaltó al verse a sí mismo en el escenario.Respiró agitado y percibió,como anoche, el frío sudor en su frente. El actor era él mismo, él del escenario era su viva imagen."Pero...¿qué imagenes abominables me trae mi mente?,¿Qué juegos perversos manipulan mi conciencia?"
Tragó saliva,le volvió a doler la garganta. Quedó paralizado y mudo.La dama sentada a su lado ni se inmutó.

El actor se paró y caminó desde un costado a otro.Hizo muecas de dolor y se agarró la cabeza molesto.De pronto algo pareció derribarlo,y quedó arrodillado sosteniéndose a duras penas con las bambalinas delanteras.Respiró con dificultad y temblaba como sabiendo su final.Sus facciones se transformaron por los paroxismos que debió soportar. Hasta que se quedó sin fuerza y sin aire. Cayó en el escenario como una marioneta sin sus cuerdas.

El telón se cerró.Ahora el hombre comprendió, mientras volvía más fuerte la presión en el pecho, comprendió lo que venía. El dolor era distinto a días anteriores. Su garganta era un solo nudo, su cuerpo un manojo nervioso. Pensó en mil cosas a la vez, sintió otras mil pero abandonó la resistencia.El sufrimiento le ganó de mano.
Con desesperación buscó sus pastillas en el sobretodo, no las encontró.Sintió la quemazón interna y el aire le comenzó a faltar.

Antes de cerrar los ojos vio que la mujer lo observaba expectante mientras aplaudía su final. El telón se cerró y la mujer caminó por el pasillo, solitaria, acostumbrada.