jueves, 8 de diciembre de 2011

Broches


Cuando vuelve de su trabajo, Gris imagina que los bloques de carga de Dock Sud son legos gigantes. Cree que el hombre que los acomoda se divierte creando laberintos multicolores para que sean vistos desde la autopista. Una sola vez lo vio en acción. Era muy temprano y en el colectivo todos dormían. De ahí que nadie haya escuchado el aplauso que le salió del alma. ¡Dibuje, maestro!

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Azul ama los libros. Aunque no llegue a leerlos a todos, los amontona en su biblioteca y los acomoda de mil formas. Por autor, por género, por color. Le gusta su forma, su olor cuando son nuevos y cuando son viejos, y las dedicatorias. Anda sabiendo, ¡ni se te ocurra regalarle un libro sin una mínima dedicatoria! Además tiene terror, pero terror, terror, que sean ciertas esas teorías apocalípticas que dicen que el libro se va a extinguir, como ya le paso a los cassettes, a los diskettes o a los cartuchos de Family. Por eso, en la búsqueda de alivio, escribió en su pared: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez que se ha inventado, no se puede hacer nada mejor”.

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A Bordó lo desvelan los senderos de la existencia. Sí, así como lo escuchaste: los senderos de la existencia. Mientras es periodista se imagina siendo aviador, faquir o poeta vagabundo. ¿Por qué la vida nos tiene que encasillar en un único rol?, se pregunta cada vez que llena un casillero de “profesión”. ¿Qué hubiera sido de haber tomado otras decisiones, de haber crecido en otros contextos? “Si viviera en la India yo no sería este yo”, se responde por ejemplo. Y así en un sinfín de posibilidades sartreanas. No es de extrañar que a la noche, antes de dormir, una extraña sensación lo incomode. La sensación de no estar viviendo todas las vidas que quisiera vivir.

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Negro se siente omnipotente cuando se pone su traje negro. Y ni hablar cuando se sienta en su sillón reclinable negro, detrás de su escritorio negro y, al llegar, la secretaria lo saluda prácticamente con una reverencia. Es comprensible entonces que deduzca que sus empleados son inferiores. Y que por ello merecen ser tratados como tales. Lo que no sabe Negro, es que abajo, en los diez pisos del edificio de fachada negra, se está organizando algo grande. Decile rebelión si querés. Y que mañana, cuando llegue al edificio, no va a encontrar a nadie. Y en su oficina, sobre el escritorio negro y el sillón reclinable negro, no va a haber más que un montón de flores blancas que lo van a encandilar tanto que arrancarse los ojos como Edipo va a ser su único consuelo. Entonces volverá a ver todo como antes: negro. Aunque el mundo ya no será el mismo.